Boca del Río
El rostro moderno del Puerto de Veracruz
Este destino concentra una fuerte oferta hotelera, de compras y diversión, con bares, restaurantes y centros nocturnos, además de ser un sitio atractivo para el segmento de congresos y convenciones, con su vanguardista World Trade Center, uno de los centros de exposiciones más avanzados del país.
Las ciudades porteñas tienen un sabor especial. En ellas flota un perpetuo aroma de bienvenidas y adioses, con toda su carga de alegría y melancolía. Sus muelles son una ventana al mundo. Uno puede quedarse durante horas mirando el mar que parece infinito, hipnotizarse con la perfectamente delineada raya del horizonte, donde el océano se eleva hasta tocar el cielo y donde el cielo se agacha para refrescarse en altamar. El agua se va metiendo lentamente en los ojos de quien observa, como una pecera cuando se llena, y en esa agua nada y bucea la imaginación al tratar de adivinar todo el mundo que cabe en esa lejanía que se esconde y vive tras el lindero azul de cielo y mar que finge ser el final del planeta.
De todos los puertos de México, en ninguno se enciende este ambiente como en Veracruz, una vieja ciudad de larga saga histórica, cuya exaltación perenne vive impregnada en la piedra de sus muros coloniales. El Puerto de Veracruz es tradición y leyenda, barcos que llegan y se van, marineros fuereños felices de pisar tierra, costeños que toman ligera la vida, música a toda hora y bailes de danzón en la calle bajo el cobijo del fresco al caer la tarde. Así lo fue durante años, durante siglos. Y hoy se mantiene así, pero ya no es un todo, sino sólo la mitad de una ciudad más grande a la que alcanzó la modernidad.
Había ido por última vez a mediados de la década de los 80 del siglo pasado, y entonces Boca del Río era un pequeño pueblo de pescadores que crecía cerca del Puerto, pero era una localidad aparte, que aún ni siquiera alcanzaba el rango de ciudad. En esos días, el imán lúdico de Veracruz era tan grande, que difícilmente alguien de paso se proponía visitar los alrededores.
Pasaron varios años y regresé al Puerto hasta mediados de los 90. Llegué por carretera, soñando con volver a aspirar ese aire de tiempos de la Colonia y envolverme con la locura de sus noches largas y calurosas, pegajosas y bohemias, pero al entrar mi sorpresa fue mayúscula al descubrir flamantes bulevares que se convertían en pasos a desnivel entre lujosos fraccionamientos, altos hoteles de cristal, enormes centros comerciales y restaurantes de franquicia, todo nuevo y como recién pintado. Mi sensación fue más de estar transitando por Miami, que por el ancestral Puerto donde desembarcara vivo y embarcara muerto Maximiliano de Habsburgo.
La realidad era que aún no llegaba al Puerto. En mis años de ausencia, Veracruz y Boca del Río habían ido creciendo hasta juntarse. Un día amanecieron conurbadas y desde entonces son una misma metrópoli, pero con personalidades distintas.
En el Puerto de Veracruz vive la memoria del pasado, y en Boca del Río bulle la actualidad y el futuro. Ciudad añeja y ciudad moderna, se conjugan para formar un mismo destino disímbolo.
La transformación
Boca del Río también tiene su pasado. Se llama así porque se localiza en la desembocadura del río Jamapa en el Golfo de México. Su nombre prehispánico es Tlapamicyntla -“Tierra Partida”-, nombre con el que aparece en el Códice Mendocino, cuando los mexica dominaban la región; los españoles la rebautizaron como “Río de las Banderas”, debido a que, creyendo que eran enviados de Quetzalcóatl, los indígenas los recibieron con banderas blancas a manera de saludo y bienvenida. A principios del siglo XVII el obispo dominico Alonso de la Mota la llamó Boca del Río; en 1879 obtuvo la categoría de Villa y no fue sino hasta enero de 1988 que recibió el rango de Ciudad.
Pero hoy no se piensa en su pasado, porque su divisa es la modernidad. No obstante, conserva algunas costumbres, como escuchar bailes jarochos en el centro bebiendo un Torito; celebrar a la Señora de Santa Ana durante sus festividades en la avenida Principal; y pasear por la explanada de la casa Municipal disfrutando una nieve de frutas tropicales.
Sus avenidas concentran una fuerte oferta hotelera, de compras y diversión, llenas de bares, restaurantes, centros nocturnos e instalaciones deportivas, además de ser un sitio atractivo para el segmento de congresos y convenciones, con su vanguardista World Trade Center, uno de los centros de exposiciones más avanzados del país.
Aquí se combinan negocios y esparcimiento, con su temperatura promedio anual de 25 grados Celsius y un racimo de playas que se extiende a lo largo de catorce kilómetros, siguiendo la avenida principal: Privat, Iguana, Pirata, Pelícanos, Costa de oro, Curacao, Mocambo, Los Arcos, El Morro, Santa Ana y del Muerto son sus nombres.
Entre sus principales atractivos turísticos se encuentran el río Jamapa, con abundante flora y fauna en su desembocadura, con casas que tienen salida al propio río o a la zona de manglares, lo cual se ha constituido en un agradable paseo.
También está Mandinga, lugar tradicional para comer platillos del mar y dar un paseo en lancha por los alrededores; además del Palacio Municipal, la Parroquia de Santa Ana y el Museo de la Casita Blanca, que son otros sitios para visitar. Cerca se ubica la Isla de Sacrificios, a donde se llega por lancha, zarpando desde la cabecera municipal.
La cocina de todo el estado de Veracruz es famosa mundialmente, por lo que, como porción de sus atractivos turísticos, la gastronomía de Boca del Río también se cuece aparte.
Entre sus platillos típicos destacan el pescado empapelado, chilpachole de jaiba, pulpo frito, ensalada de caracol, camarones y pulpos en su tinta, buñuelos dulces de leche y de papa, y los famosos "Toritos", bebidas preparadas con base en alcohol de caña y frutas.
Pero en esta ciudad el disfrute culinario no se resume a engullir sus guisos y bebidas, ya que la gente acostumbra incrementar el placer del rito de la comida tradicional, al ponerla en un contexto todavía más agradable: es común que los lugareños elijan la orilla del río Jamapa, justo donde se une al mar, para comer y beber sin prisa, disfrutando del paisaje y escuchando el sonar de la marimba o a los típicos jaraneros. Toda una experiencia, un goce especial para el viajero, que incita cada uno de los sentidos. Así es Veracruz, así es Boca del Río.