Por los pasajes parisinos de Cortázar
"En todo caso bastaba ingresar en la deriva placentera del ciudadano que se deja llevar por sus preferencias callejeras, y casi siempre mi paseo terminaba en el barrio de las galerías cubiertas, quizá porque los pasajes y las galerías han sido mi patria secreta desde siempre".
Julio Cortázar, "El otro cielo", en Todos los fuegos el fuego (1966).
Algunas ciudades invitan a caminar y abstraerse de la realidad transitando sus callejuelas. Vaguear sin rumbo puede ser una gran tentación si los lugares por los que se deambula son los mismos por los que grandes personalidades han estado antes. Más aún si esos lugares son recónditos pasajes con techos de cristal. La piel se eriza de sólo pensar que el escritor Julio Cortázar también estuvo en esos recovecos y que, en uno de sus paseos, se inspiró y escribió el cuento "El otro cielo", publicado en Todos los fuegos el fuego, en 1966.
Tanto para aquellos seguidores de Cortázar como para aquellos que gozan de salirse de lo que las guías turísticas sugieren, un recorrido por los pasajes parisinos puede ser una sugestiva experiencia. Una gran oportunidad para zambullirse en un "París paralelo" e interconectado por aberturas y salidas que parecen no tener fin.
Los pasajes cubiertos son los antepasados de los actuales centros comerciales. Su origen data de principios del siglo XIX y están en la margen derecha del Sena, entre el Palais-Royal -al lado del Louvre- y los grandes bulevares. Estas peculiares calles coronadas por un cielo acristalado imitaban los zocos árabes (mercados). Galerías, arcos de herradura y motivos egipcios transportan al caminante a tiempos más remotos. Estos pasajes, a resguardo del barro y los carruajes, permitían a los comerciantes exponer sus mercancías sin estropearlas y a las damas elegantes pasear lejos del bullicio, sin mezclarse con la plebe. Además, servían a los peatones para resguardarse del frío, la lluvia y la nieve y también como atajos para pasar de un barrio a otro. Durante el II Imperio -entre 1852 y 1870- surgieron los grandes almacenes con luz eléctrica y así comenzó el ocaso de estos sitios únicos que han dejado una huella única en el urbanismo parisino.
Galerie Vivienne
"La Galerie Vivienne, por ejemplo, o el Passage des Panoramas con sus ramificaciones, sus cortadas que rematan en una librería de viejo o una inexplicable agencia de viajes donde quizá nadie compró nunca un billete de ferrocarril, ese mundo que ha optado por un cielo más próximo, de vidrios sucios y estucos con figuras alegóricas que tienden las manos para ofrecer una guirnalda, esa Galerie Vivienne a un paso de la ignominia diurna de la rué Réau-mur y de la Bolsa (yo trabajo en la Bolsa)". Cortázar.
Al llegar al número 4 de la rué des Petits Champs, frente a la Biblioteca Nacional, se atraviesa la primera arcada y se despliega la Galeria Viviente. Allí hay un espacio rodeado de sofisticadas vinacotecas con exquisiteces gastronómicas y los vinos más selectos de Francia. Sus pisos de mosaico, sus escaleras de hierro forjado, sus vidrieras y su decoración estilo Imperio la convierten en una de las galerías más elegantes de la Ciudad Luz. Su estratégica ubicación entre el Palais-Royal y los barrios de los bulevares, la Bolsa y la Chaussée d'Antin hizo de este pasaje el preferido de los parisinos hasta el II Imperio. Cada rincón aquí es único e irrepetible y para los amantes de los libros antiguos y exóticos la librería Jousseaume es una parada obligada para buscar algún ejemplar perdido en las estanterías.
La galería (inaugurada en 1826) se empezó a construir en 1823 por encargo de monsieur Marchoux, un notario que encomendó el diseño del bellísimo pasaje a uno de los mejores arquitectos de la época, Francois-Jean Delannoy. La segunda entrada está en el número 5 de la rué de la Banque y apenas se entra se ve un típico bistrot parisino. Finalmente, la tercera entrada se sitúa en el número 6 de la rué Vivienne, justo donde vivía Marchoux y donde, muchos años después Jean-Paul Gautier instalaría una de sus tiendas.
Continuidad de pasajes
"...y a mí me quedaba el resto del tiempo para las galerías; eran las horas del explorador y así fui entrando en las zonas más remotas del barrio, en la Galerie Sainte-Foy, por ejemplo, y en los remotos Passages du Caire, pero aunque cualquiera de ellos me atrajera más que las calles abiertas (y había tantos, hoy era el Passage des Princes, otra vez el Passage Verdeau, así hasta el infinito), de todas maneras el término de una larga ronda que yo mismo no hubiera podido reconstruir me devolvía siempre a la Galerie Vivienne."... Cortázar.
Partiendo hacia la rué Saint Marc, más allá de la Bourse, en el número 10 comienza una sucesión de tres pasajes que van del arrondisement II al IX formando, dentro de la ciudad, un apacible e íntimo reducto. El primer pasaje - Passage des Panoramas- con sus restaurantes étnicos y sus tiendas de filatelia y postales antiguas, es uno de los más concurridos y animados. Este pasaje fue abierto en 1799 y su nombre proviene de una antigua atracción que proyectaba, a oscuras, imágenes panorámicas de grandes ciudades, pintadas en las paredes de una sala cilindrica.
Al confluir en el boulevard Montmartre se llega al distrito de la Bolsa y la Prensa; luego el paseo se prolonga por el Passage Jouffroy. Este pasaje, abierto en 1836 y restaurado en 1987, fue el primero construido enteramente en hierro y cristal. Y es famoso por albergar, desde 1882, al célebre museo de cera Grévin, uno de los primeros museos de cera del mundo. Si se sigue por el boulevard Haussmann -y a partir de la rué Le Péletier- se entra de lleno en el Drouot, arrondissement donde, a fines del siglo XIX, solían reunirse las grandes figuras de la cultura. Allí también expusieron sus obras por primera vez muchos de los grandes pintores impresionistas. Actualmente esta zona, atravesada por infinidad de pasajes, se caracteriza por sus grandes salas de subastas.
Por último, el Passage Verdeau tiene su entrada en el n° 6 de la Grange-Bateliére y es el lugar elegido por coleccionistas para curiosear tiendas en busca de libros raros, periódicos antiguos o viejas cámaras de fotos.
Laberíntico refugio
"... me gustaba echar a andar sin rumbo fijo, sabiendo que en cualquier momento entraría en la zona de las galerías cubiertas, donde cualquier sórdida botica polvorienta me atraía más que los escaparates tendidos a la insolencia de las calles abiertas...". Cortázar.
Desde el principio, y con el paso del tiempo, los pasajes tuvieron diversas funciones. Mientras la ciudad crecía y se transformaba, la vida avanzaba a pasos agigantados y los pasadizos fueron evolucionando. Lentamente, estos laberínticos entramados peatonales se convirtieron en un refugio para estar a salvo de la vertiginosa metrópoli. Si bien perdieron glamour, aún conservan una perfecta combinación de pasado, enigma y encanto a través de una exquisita atmósfera, producto de su suave y armoniosa luminosidad. Inmediatamente después de traspasar el arco de entrada, el ambiente cambia impetuosamente, el silencio se adueña del entorno y atrás queda el ajetreo citadino. Surge un esplendor de antaño junto a un París diferente, poético e insólito. Seguramente el mismo París que Cortázar caminó, conoció y plasmó en todas sus obras.