Los vinos mexicanos
Otra faceta de nuestra forma de deleitar paladares
Todos conocemos la fama, inobjetable por cierto, que tienen la producción vitivinícola gala, la itálica y la originaria de la península Ibérica, en el viejo continente; en América, los vinos chilenos y los argentinos -sobre todo los mendocinos- son a nivel mundial, productos apreciados y reconocidos por el público y los sommelier. Sin embargo no se le ha dado la distinción merecida a los vinos mexicanos, aunque curiosamente, a altos niveles de la gastronomia, se les tiene como excelentes, de hecho pueden competir con los chilenos o de cualquier otro, ya que tanto enólogos como catadores, aun en pruebas ciegas, les han dado su aprobación total.
De hecho, aunque poco conocida, el vino en México tiene toda una historia: desde la época precolombina, se utilizaban las vides salvajes para hacer una bebida a la que se agregaban otras frutas y miel.
Tras el descubrimiento de América, importantes cantidades de barricas con vino llegaban en los cargamentos de barcos que venían del Viejo Mundo. Para los españoles el vino constituía parte fundamental de su dieta cotidiana.
Cuando los jesuitas llegaron en aquellas épocas a la península de Baja California, el cultivo de la uva acompañó sus misiones, transformando inhóspitos desiertos en zonas de viticultura. La variedad de uva plantada por los frailes adquirió una denominación especial, la uva misión. Hoy en día, esta variedad también se llama "criolla" en toda Sudamérica.
En 1580 un grupo de españoles, buscando minas en el norte del país se encontraron en Zacatecas y Coahuila vides silvestres y decidieron fundar la Misión de Santa María de las Parras. En 1593 Francisco de Urdiñola fundó su vinícola Marques de Aguayo en la Hacienda de Santa Maria de las Parras.
Años más tarde, tras mucho luchar contra la prohibición del cultivo de la vid impuesta por los españoles para evitar la competencia, la familia Concannon, pionera de la viticultura en California persuadió al gobierno mexicano que aprovechara el potencial vitivinícola del país e introdujo algunas docenas de variedades francesas en México.
Los vinos mexicanos empezaron a producirse seriamente hasta 1920, pero faltaba más conocimiento. La implantación de variedades de uvas seleccionadas, cavas de vinificación con la ciencia enológica más moderna, el mejoramiento del nivel de vida de la clase media, junto con los esfuerzos comerciales de las grandes marcas, han permitido colocar en el mercado productos de calidad, suscitando en el público un vivo interés hacia unas nuevas costumbre de consumo del vino.
Regiones como Baja California, Sonora, Coahuila, Durango, Aguascalientes, Zacatecas y Querétaro. Han dado lugar a una cultura del vino, impulsada por enólogos mexicanos, creadores de marcas -muchas de ellas no comerciales- que son altamente aceptadas en el extranjero o que se pueden degustar en una sesión de maridaje en un exclusivo restaurante, con la asesoría del sommelier de la casa.
Hoy en día son motivo de catas seleccionadas marcas finamente embotelladas y personificadas con las etiquetas de un Chardonnay Casa Grande Madero, un Marella, un Shiraz Casa Madero, un Cabernet Sauvignon Reserva La Cetto, un Vino de Piedra, un Icaro o un La llave tinto, que engañarían fácilmente a cualquier pseudo conocedor de vinos, de los que anteponen la nacionalidad a la calidad.
De hecho, la cocina mexicana, principalmente sus carnes y su obvia variedad de mariscos (México es uno de los países con más litorales), requería de vinos de calidad y así ha sucedido. Hoy estos y muchos otros vinos de diferentes casas vitivinícolas, permiten conjuntar la delicia de comer y beber -sin ahondar en las bondades del fruto de la vid en cuanto a la salud-, haciendo aún más rica la experiencia gastronómica mexicana.
Ya no es tan "de clase" pedir un Chateneau de Pope, tradicionalmente un francés de estirpe, como conocer y saber pedir un buen vino mexicano como por ejemplo un Kerubiel Syrah Grenache, apreciando su color rojo oscuro, detectando que en nariz, hay frutas rojas y negras maduras, eucalipto, humo y muchas notas obtenidas de la crianza en madera como vainilla, chocolate y roble. Catando que es sumamente lleno en boca, donde mantiene la complejidad en equilibrio. Conocedor y reconocedor de sus Taninos vivos y de su muy larga persistencia.
No sólo el conocimiento, sino el consumo "per capita" han crecido, el primero en calidad y el segundo, obviamente en número. Esto es un indicativo claro de que el vino mexicano tiene un futuro no ya prometedor, sino que es una realidad en las mesas de los mejores restaurantes mexicanos y extranjeros y que debemos apoyar su difusión, pero sobre todo consumirlo, entenderlo, conocerlo y apreciarlo, porque es un regalo de nuestra propia tierra.